miércoles, octubre 07, 2009

La hora del vampiro.

Recientemente, durante unos de esos despertares lúcidos en que, como chispazos, llegan a la mente imágenes de la infancia, recordé una vieja serie televisiva que trataba sobre un pueblo en Estados Unidos donde ocurren desapariciones misteriosas, debidas a un goloso vampiro. Me fue imposible recordar por mí mismo el nombre de la serie. El único recuerdo vívido que poseía era la imagen de un hombre que salta dentro de una fosa donde descansa un ataúd que acaba de ser enterrado. El hombre abre la tapa y el muerto (que no está muerto) se incorpora y le chupa la sangre.

Cuando llegué a la oficina, por medio de Google hallé el título, tras teclear: “Serie vampiros años ochenta canal 5”. No fue necesario buscar mucho. Bastó con fijarme en una de las páginas sugeridas por el buscador y hallé el título, lo que me dio la certeza de que la serie si había existido: “La noche del vampiro” (1979). El título original en inglés es “Salem’s Lot”. Se trata de la segunda novela de Stephen King —para algunos un mal escritor que vende millones de libros al año, para otros un genio incomprendido—, que si bien es casi imposible encontrarla en alguna librería en México, la serie televisiva puede verse completa en Youtube. De niños todo nos parece demasiado largo; los espacios nos resultan amplios, altos. Ocurre lo mismo con los recuerdos. Salem’s lot fue producida como una miniserie de sólo dos capítulos. Yo la recordaba más extensa, como Don Gato y su Pandilla, caricatura que me pareció eterna. En Youtube bastan poco menos de dos horas para atestiguar el fino manejo del terror en el universo de Stephen King, a quien, es bien sabido, los finales no le salen (basta recordar el fina chafa de Eso (It, 1990) .

El look setentero de Salem´s lot —patillas, solapas anchas, pantalones acampanados— si bien resulta de un humorismo involuntario, no demerita la trama y el manejo del suspenso. Según el propio King antes de escribir la novela se planteó la idea de qué pasaría si el conde Drácula viajara desde Transilvania y se instalara en un pequeño pueblo norteamericano. Entonces interviene el bueno de la serie, un novelista llamado Ben Mears (David Soul), que a la búsqueda de la inspiración regresa al terruño. En el pueblo hay una vieja casona tenebrosa, que desde niño había influenciado al novelista. Su primera impresión al ver de nuevo la casa de sus miedos infantiles, no dista mucho del terror que se encubre por medio del respeto a lo desconocido. En la casa vive un excéntrico anciano italiano que se dedica al negocio de las antigüedades. Una noche, el misterioso hombre que siempre viste trajes oscuros, recibe una entrega especial: una enorme caja que es depositada en el amplio y sucio sótano de la casa. Dentro viene el ataúd del vampiro. Desde ese momento empiezan a ocurrir una serie de desapariciones inexplicables, mientras que otras personas, por las noches, reciben la visita de vampiros que flotan como globos. Ben Mears recuerda que cuando niño ocurrieron sucesos semejantes relacionados con la vieja casa, pero obviamente todos lo tildan de loco, incluida una chica a la que se liga gracias a su charm de literato (siempre usa sacos de coderas y viaja en un Jeep “Renegado”), y que en la primera cita sugiere terminar la velada en “el lago”, que en la muy peculiar cultura norteamericana quiere decir "vamos a follar".

Las desapariciones aumentan así como el miedo de Ben Mears de que su novia pueda caer en las garras de la pandilla de vampiros, cosa que, de acuerdo con las características del género, ocurre durante una visita a la casa tenebrosa. Sin más remedio, Ben Mears entra en la casa y justo al anochecer, sorprende al vampiro en su ataúd y lo liquida clavándole una estaca en el corazón. Un incendio devora la casa y a los vampiros del sótano. La historia no acaba ahí, sino dos años después, en Guatemala. No revelaré el final. Además de malo, será mejor que cada quien se siente frente a la computadora y aprecie La hora del vampiro. Les apuesto que se llevarán algunos buenos sustos.
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