martes, septiembre 16, 2008

Richard Wright

Con la muerte de Richad Wright, tecladista de una de las más grandes, importantes e influyentes bandas de rock de todos los tiempos, al menos tres generaciones hemos perdido la esperanza de ver de nuevo en vivo a Pink Floyd, de la misma forma en que jamás veremos juntos a los Beatles, o a los doce apóstoles + Jesús, sentados en torno a la mesa de una taberna.

La muerte de Wright arroja un saldo a su favor: vivió para crear junto con el resto de sus compañeros, álbumes como The Wall (donde participó como músico extra, contratado con salario fijo, debido a las constantes desaveniencias con Roger Waters), y The Dark side of the moon, disco emblemático de la banda, y uno de los mejores discos de todos los tiempos, y que ocupa el puesto número 11 del conteo The Reader´s 100 de la revista Rolling Stone (17 de octubre de 2002).

Si bien ni poseía la notoriedad o el carisma de Roger Waters o David Gilmour, Richard Wright, sentado detrás de los teclados, consiguió dotar al sonido de Pink Floyd de la elegancia y limpieza de la música sinfónica, combinada con la destreza del jazz, aunque no dejó de experimentar con las nuevas posibilidades que la tecnología le permitió con el paso de los años.

Vale la pena escuchar con atención piezas como Brain Damage, Us and them o Eclipse, por sólo mencionar canciones del Dark side... para darse cuenta del talento y de la aportación de Richard Wright al sonido de Pink Floyd.
Cuando se reunieron por última vez durante el concierto de Live 8, el 2 de julio de 2005, se tenía la esperanza de que las asperezas se limarían con una lija de varios millones de dólares, pero, ahora sabemos que será imposible. La grandeza de los grupos de rock se mide por el respeto que guardan a la decisión de separarse para siempre, ya sea por pleitos internos o debido a la muerte de uno o más integrantes (Los Beatles y Led Zeppelin, respectivamente). Aunque Pink Floyd se reunió por una "causa justa", no se les puede reprochar si acaso aceptaron algún dinero para soportarse diez minutos arriba del escenario. Al fin y al cabo, lo importante fue haberlos visto, ahora ya lo sabemos, por última vez.