jueves, octubre 08, 2009

Mazinger Z.

LO PRIMERO QUE compré con los diez mil pesos de la beca de la Fundación para las Letras Mexicanas fue un juguete. Meses antes del fallo que me confirió una de las becas de Narrativa, vivía desempleado, aún mantenido por mis padres, mientras repartía currículos en cuanto despacho de arquitectura encontraba en las listas de la Sección Amarilla. Jamás me llamaron de ninguno, a pesar de que el currículum era una linda animación realizada en Flash, contenida en un mini cedé, quesque para demostrar creatividad (pues los arquitectos son bien creativos). La vida no me llevaba por ese camino y agradezco haber tomada la desviación de las letras. De haber seguido por el camino de la arquitectura me habría convertido en un ser humano triste y frustrado. La tristeza puede borrarse con dinero, alcohol o mujeres; la frustración jamás.

El aviso de la FLM me llegó por correo electrónico. De momento lo que más me alegró fue que por al menos un año libraría las fauces del desempleo, y podría comprarme el juguete que se exhibía en una tienda de cómics frente al Palacio de Hiero Durango, Nostromo se llamaba en ese momento. Era un juguete caro, de esos que ningún padre de familia en su sano juicio sería capaz de comprar para su hijo de cinco años, ni siquiera para uno de quince. No. Se trataba de una pieza de colección, traída desde China y cuyo precio, si mal no recuerdo pues he perdido la factura, rondaba los dos mil pesos, cifra que aún hoy hiela la sangre. Las cosas tampoco fueron sencillas. El primer depósito de la beca tardó algunos días más, debido a que había que recopilar los datos de los veintiún becarios y abrir las cuentas en el banco que cobrara las comisiones más baratas. Una vez con el dinero en la mano fui a la tienda. Ya lo habían vendido. El vendedor se ofreció a conseguir otro de inmediato y cumplió su palabra días después. La pieza podrá parecer de un precio excesivo para muchos, pero su manufactura ha sorprendido a más de uno. Construido de acero inoxidable, todas sus partes son movibles y está provisto de todas las características que de niño observé en la televisión. Cada pequeña pieza se ensambla a la perfección en el orificio que le corresponde, el resorte lanza disparado el misil con que destruyó a decenas de enemigos. Su altura ronda los veinticinco centímetros y puesto sobre la base negra incluida en la caja, luce imponente, como debería lucir un robot de más de cien metros de altura. Se llama Mazinger Z, y fue, quizá, uno de los éxitos televisivos más recordados por quienes vivimos la década de los ochenta y su moderno primitivismo (Atari, Intelevision, videocaseteras Beta); época gris para la música (no existió un género musical dominante); grotesco para la moda (se popularizó la mezclilla deslavada). En una frase: nuestros años maravillosos.

Mazinger Z debe su existencia a la inteligencia del Doctor Kabuto, quien luego de una a visita arqueológica a una isla del mar Egeo, encuentra un ejército de robots que defendían la isla de las invasiones. Sin embargo, otro científico de la expedición, el doctor Hell, que ya desde el apellido y ayudado por sus facciones malandrinescas, se da cuenta que con un ejército como ese podría, ya lo saben, conquistar el mundo (que se compone únicamente de Japón). De alguna manera Hell se hace del control de los robots de la isla y mata a los demás científicos, con excepción del Dr. Kabuto, quien al regresar a Japón descubre en las faldas del Monte Fuji el Japonium, un nuevo elemento más resistente que el concreto e igualmente maleable que el acero. A sabiendas de que el doctor Hell atacará tarde o temprano, Kabuto construye un robot, literalmente, en el sótano de su casa, sin que nadie se dé cuenta. Durante un feroz ataque de Hell para liquidar a Kabuto, la casa es bombardeada, el doctor Kabuto resulta gravemente herido pero antes de morir debajo de los escombros, consigue informarle a su nieto Koji Kabuto sobre lo que guarda en el sótano y su deber de impedir los malévolos planes del doctor Hell.

Ayudado por el doctor Yumi, colaborador de Kabuto en el Instituto de Investigaciones Fotoatómicas, y su hija Zayaka que maneja a Afrodita, robot que lanza los senos para defenderse, el bravucón de Koyi aprende a conducir el enorme robot, para así enfrentar a las máquinas del Doctor Hell, comandadas por el Barón Ashler, caricaturesco Vizconde Demediado, versión hermafrodita que siempre, en el último momento, pierde los combates.


Creado por Go Nagai, dibujante japonés, en México sólo se conoció la primera versión, Mazinger Z, pues posteriormente, nuevas versiones del robot suplieron al vetusto Z. A diferencia de otras caricaturas japonesas, construidas como novelas animadas con introducción, desarrollo y desenlace, Mazinger Z consiste en episodios donde aparecen robots que destruyen ciudades, ponen a Mazinger en apuros, que son vencidos al último momento.

Alguna vez leí en un artículo de la desaparecida revista Arcana que un viajero adquiría un shampoo en cada pueblo que visitaba. Una vez en casa, cuando deseaba rememorar sus vivencias, se bañaba con el shampoo de la ciudad elegida, y el olor lo transportaba hacia esa ciudad lejana. Sin bañarme, sólo necesito sacar a Mazinger Z de su caja para recordar mi infancia y la Fundación para las Letras Mexicanas, sitio al que le debo ser un hombre completo, feliz.



Imagen tomada de: http://3.bp.blogspot.com/_ri7-UZyO74k/Rvq10liMiPI/AAAAAAAAA2U/qS5KgqGB7g0/s400/mazinger+z+2.bmp:

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