lunes, septiembre 14, 2009

Paco Ramírez.

Su mirada siempre estuvo cubierta por la pátina de la incertidumbre. Como rasgo inequívoco de su desesperanza, olvidaba acomodar debidamente los cuellos de sus sacos y camisas. Tejía nudos de corbata demasiado estrechos y cortos, que recordaban más a una pequeña soga que partido a partido se ajustaba él solo. Sus indicaciones en los entrenamientos carecían de profundidad y malicia. Era como si después de leer un libro de erotismo, pretendiese impartir cursos intensivos a una logia de erotómanos. En el amplio lenguaje futbolero, Paco Ramírez movía sus fichas en un tablero de escaques blancos y negros donde confundía las damas inglesas con el ajedrez.
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Cuando el principal ingrediente del oficio es precisamente trabajar en equipo, la llegada de un advenedizo que se coloca en la dirección del proyecto se sanciona de la manera más enérgica: los profesionales no perdonan nunca la improvisación, ni están dispuesto a apoyar la profesionalización del jefe en perjuicio de su imagen.
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Paco Ramírez tuvo en sus manos la dirección del equipo más famoso y popular de México, las Chivas del Guadalajara, y falló en su más importante asignatura: la de proteger al rebaño contra el inminente peligro de las bestias.
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En el fondo, Paco Ramírez sabía que su futuro dependía más del humor de Jorge Vergara, el dueño de las Chivas, que de su efectividad como estratega. Tenía en su contra, además del vestidor donde las caprichosas veleidades poco entienden de futbol, a la estadística, de la cual, ni el más poderoso sortilegio libera de sus garras: desde que Vergara compró el equipo en 2002, 10 directores técnicos han desfilado por el banquillo.
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Las lecciones de la historia no son democráticas. Hay quienes con todo en contra se cobijan con los textos del pasado y resuelven su suerte de manera por demás satisfactoria, ganándose, incluso, una breve línea en algún librillo. Otros, a sabiendas que la historia les juega chueco y los aguarda en una esquina para clavarles un puñal por la espalda, hallan en la tragedia anunciada los arrestos para morir con dignidad, y acuñan alguna frase de regular retórica que se recita en las conmemoraciones de guerras y luchas perdidas en nombre de la patria. Ellos al menos tienen asegurada una morada más o menos digna en la vasta cripta de los perdedores. Paco Ramírez no. No se sabe de alguna frase elocuente que hubiera acuñado mientras contemplaba su Waterloo tapatío a la vera de la cancha, que más bien debiera compararse con la más absurda y penosa de todas las derrotas. Lo que es peor, careció de la principal virtud del perdedor que lo asume sin chistar: la muerte estoica. Su renuncia careció de la épica que reviste de terciopelo los más negros recuerdos. De haber escupido el rostro del árbitro asistente habría revelado su alma llanera. Si hubiera invadido la cancha habría dado la nota deportiva de la mañana siguiente. No conoció jamás la historia de Leónidas o del general Anaya. Ojalá nos hubiera obsequiado un exabrupto, una bravata o una patada como la que Javier Aguirre propinó al jugador panameño. Nada. Paco Ramírez tiene atole en las venas.
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En el deporte de las patadas no debe confundirse frialdad con pasividad. Vale más hacer trizas el saco y la corbata en la banca que salir con cara de quien hace cuentas para saber si el sueldo, el último, le alcanzará para salir de las deudas recientemente adquiridas, llevando el cuello del saco levantado, tal y como hacen los prófugos de la justicia o los desprotegidos.
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Si se va a ingresar al vasto ejército de desempleados mexicanos hay que hacerlo con un buen rango, que vale más ser capitán o teniente, pero nunca soldado raso.
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Imágenes tomadas de:
http://img.terra.com.mx/galeria_de_fotos/images/348/695927.jpg
http://www.eluniversal.com.mx/img/2009/09/Dep/franram.jpg

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