domingo, enero 06, 2008

Rumor de olas que se van


Cubierta por una sombrilla de plástico, Augusta Caramelo observaba a las personas que habían convertido la plácida vista de la bahía en un telón de retazos multicolores, pelotas playeras, trajes de baño y toallas. En vez de escuchar el suave seseo de las olas, Augusta soportaba la férrea competencia de un centenar de grabadoras que emitían reggaeton, bachatas y cumbias. La playa se había convertido en una extensión de la cantina o de algún salón de fiestas.


Arrepentida por haber salido en temporada alta, Augusta Caramelo reflexionaba, mientras bebía un bloody mary: “Sólo a mi se me ocurre venir a la playa en estas fechas. El agua está llena de aceite, el aeropuerto a reventar. Ningún espacio es mínimo para el populacho…”

Se disponía a elaborar una teoría del espacio en el transporte colectivo, pero el alarido de la masa sorprendida la hizo mirar otra vez el mar. Una inmensa ola se elevaba majestuosa, mantuvo el equilibrio unos segundos, el tiempo necesario para cubrir con una sombra oscura a la arena y a la gente, quien, paralizada, no atinaba a salir corriendo, sacar una fotografía del aquel muro de agua o hincarse ante la fuerza del océano.

La ola se derrumbó sobre la playa, y arrastró hacia el agua grabadoras, sombrillas, hombres, mujeres y niños. Paralizada, Augusta Caramelo sostenía su vaso de bloody mary, muy cerca de sus labios. La tranquilidad volvió a la bahía. El cielo se hizo más azul. Se percibía con claridad el oleaje y el arrastre de la arena. Un grupo de gaviotas planeó sobre la playa deshecha; el mar se volvió cristalino, desaparecieron las capas de orines y sudor y, cuando parecía que brotarían nuevas palmeras, cientos de brazos se agitaron sobre el agua, al tiempo que las lanchas salvavidas aceleraban para sacar del agua a los bañistas que ya se ahogaban.

“Salud”, le dijo Augusta Caramelo al mar, bebiéndose de un trago el bloody mary. Se puso el pareo, tomó su abultada bolsa y caminó hacia su hotel donde canceló la reservación, pagó lo que debía y se fue a buscar una playa exclusiva, para no atestiguar el grotesco espectáculo de la masa que ya se agrupaba de nuevo, tendía las toallas sobre la arena y extendía su monótono rumor por todos los rincones de la costa.

1 comentario:

Unknown dijo...

Esta exelente el cuento, tan sólo de imaginarme la situación, por momentos me sentí plenamente identificada con Augusta Caramelo.