sábado, enero 05, 2008

Guitar Hero

I wanna rock and roll all nite
and party every day
KISS


Enfundada en un coqueto pantalón de vinil negro, Georgina La Loca demuestra su maestría en la guitarra. Tras un inicio meteórico que la ha llevado a ella y a su grupo a transitar por foros disimiles (tocadas en patios particulares, gira internacional por Inglaterra y Japón), la diva ha demostrado que no sólo es capaz de tocar Muñeca de Cartón, sino piezas más exigentes como Welcome to the jungle de Guns N’ Roses o The number of the beast, de Iron Maiden.

Por si fuera poco esta demostración de destreza y talento, Georgina corre, salta y realiza malabares que ya hubiera querido hacer el mismísimo Jimmy Hendrix. Su colección de guitarras aumenta tras cada presentación, lo mismo que su fortuna, que invierte en nuevos modelitos, siempre ajustados y coquetos, lo que permite ver a sus desaforados fans las turgencias de su carne.

Lo anterior no es más que una introducción novelística, bastante menor, para hablar acerca de un juego que ha cobrado popularidad en todo el mundo y que le ha permitido a este aporreador de teclas cumplir un sueño frustrado por la falta de talento o disciplina: ser un rock star. Guitar Hero ha vendido varias millones de copias y según un artículo publicado hace unos días en el periódico Milenio, el juego se ha convertido en el nuevo pretexto que reúne millones de personas a rockanrolear, bajo la premisa de que gana quien acumule la mayor cantidad de puntos posibles.

Para quienes como yo no pasamos del circulo de sol o de do, tocar a la perfección Black magic woman o Paranoid, significa mucho, lo mismo que poder tocar con una Gibson SG o la mítica Les Paul. La importancia puede parecer banal, pero desde que festivales como el de Woodstock demostraron que la fuerza hipnótica de una guitarra en reverberación que arde sobre el escenario es capaz de concentrar la atención de decenas de miles de espectadores, así como de transformar esas hazañas en iconos generacionales, confirma que en algún sitio de nuestro más profundo subconsciente, vive el anhelo de convertirnos algún día en el centro de la miradas que observan, mientras escuchan el ritual mágico de hacer sonar una guitarra que atrapará sus almas para siempre.

Alguna vez soñé con estar arriba de un escenario y en cierto sentido lo logré con un grupo de amigos que conformamos El ocaso de los Dioses, nombre seudointelectual de alcances filosóficos que a duras penas participó en un concierto pro-zapatista y en una tocada organizada por nosotros mismos, donde cobramos 30 pesos la entrada, ya hace algunos años. (Ciertos detalles de esta aventura se narran en mi primera novela El jardín de las delicias, que ojalá aparezca ya en las librerías antes de que la ciudad de México se quede sin agua de verdad).

Al disolverse el Ocaso de los dioses, me conformé con el recuerdo de glorias pasadas y a admirar más a grupos como The Beatles o a The Doors. Una de las críticas frecuentes que me atrevo a lanzar al rock hecho en este país es que, de la misma forma en que como nación no tuvimos “ni edad critica ni revolución burguesa ni democracia política: ni Kant ni Robespierre, ni Hume ni Jefferson” (Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, Octavio Paz), en el mundo del rock, no tuvimos ni Revolver ni Dark Side of the Moon ni Led Zeppelin II: ni Lennon ni Waters ni Page. Lo peor es, sin duda, que el panorama luce desolador: como el campo mexicano, no tendremos de otra más que seguir importando y escuchando música del otro lado, con los riesgos y consecuencias que eso acarrea.

Como quiera que sea, Guitar Hero me ha ofrecido la posibilidad de asistir al espectáculo que es en sí el público; escucharlo cómo corea las canciones, bate las palmas y agita los brazos, y de compartir un buen momento con mis amigos más cercanos, para quienes nos resulta imposible renunciar a la esperanza de que algún día llegará otro Nirvana que nos saque de la oscuridad de esta época light, donde ya cualquier hijo de vecino compone canciones punk cuyo contenido contestatario versa sobre el rompimiento de una pareja o sobre la imposibilidad de usar un viejo jersey porque mamá lo acaba de lavar.

Otra cosa que debo agradecer a Guitar Hero es la posibilidad de ver a Georgina La Loca (mi álter ego, como ha apuntado algunas veces Rafael Toriz, aunque por supuesto, eso no sea cierto) tocando en vivo arriba del escenario. Quisiera verla junto a las Amazonas Irredentas, pero ya sería mucho pedir. Me da gusto por ella, se ve sana, fuerte y más buena que nunca. Creo que ha dejado el alcohol, aunque tras bambalinas quién sabe.

Como dice Alex Lora: “¡Y que viva el rock’n’roll!”

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