lunes, enero 07, 2008

En la tierra como en el cielo (otro cuento de "Las vacaciones extraordinarias de Augusta Caramelo")


Certero y veloz como una flecha, el clavadista apenas agitó el agua. Tras unos segundos, el joven regresó al trampolín para seguir practicando. Del otro lado de la alberca, Augusta Caramelo bebía un bloody mary, y se preguntaba si ella sería capaz de contorsionar el cuerpo en el aire y acomodarse para no caer de panzazo. El seseo de las olas se apreciaba a lo lejos, la tarde se consumía y ya no hacía tanto calor. El clavadista volvió al trampolín, tomó más altura e impecablemente entró al agua. Augusta bebía con cadencia el bloody mary. El siguiente clavado la sorprendió porque el joven alcanzó una altura semejante a la del hotel, que contaba con quince pisos. “¿Se te subió el vodka?”, se preguntó, pero al tercer clavado el joven comenzó a dar vueltas en el aire, elevándose cada vez más, superando el hotel. Augusta, con el vaso de bloody mary pegado a los labios, no perdía de vista el punto negro que le recordó los globos extraviados en el cielo. La bebida se le terminó igual que la paciencia para aguardar el regreso del clavadista, cuya silueta era imposible distinguir a la luz del crepúsculo. Augusta regresó a su habitación y se durmió.


A la mañana siguiente, armada con un nuevo bloody mary, regresó a la alberca y se acostó en el mismo camastro. Notó que a diferencia de la tarde anterior, la alberca estaba llena de niños, que chapaleaban dando brazadas desiguales. Cuando terminó de untarse el bronceador, Augusta miró hacia el cielo. Distinguió la silueta que ya regresaba para cumplir su meta, descendía despacio, o al menos así lo notaba ella, que se preguntaba si por la caída, el joven podría controlar la velocidad y la postura. Los niños empezaron a jugar a la ronda acuática. Cuando ya se apreciaba la marca del traje de baño del clavadista, una voz anónima gritó al descubrir que un bulto descendía a toda velocidad. Los niños, paralizados al observar al hombre que giraba, sólo atinaron a extender el círculo de la ronda, lo que permitió al clavadista corregir la postura y penetró en el agua sin mayores problemas. Los bañistas aplaudieron la temeridad de aquel hombre, quien, segundos después, salió de la piscina y se marchó.


Augusta Caramelo se bebió de un sorbo el bloody mary, y caminó hacia su habitación. Empacó sus cosas, canceló su reservación y se fue a otro hotel, que se distinguía del resto por contar con albercas techadas y sin trampolines.

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