jueves, enero 10, 2008

Quince primaveras

A Rafael Toriz, con afecto y pura piel.


“Quince años, quince añotes, Kikis, y parece que fue ayer cuando, cual botón de rosa brotaste…” le dice el Santos a la Kikis Corcuera durante su presentación en sociedad, en una fiesta “fina”, donde la prohibición a la salsa queda abolida cuando la festejada termina seducida por las notas de la música y el ritmo del Peyote Asesino. Si bien el cartón no explota al máximo los lugares comunes y el mal gusto de las fiestas de quince años, el discurso del Santos es una exposición de lo barroco, chocante y melifluo que puede llegar a ser un padre de familia cuando toma el micrófono y presenta a su hija a la sociedad (que, curiosamente, se compone de los familiares y amigos de la quinceañera, es decir, no se le presenta ante desconocidos).

El dinero que se invierta en la celebración bien podría destinarse a un fideicomiso para la universidad de la festejada o para llevarla de viaje fuera del país. Sin embargo, la tradición se impone, aunque cada vez más en desuso, sobre todo en estratos sociales altos, que prefieren centros nocturnos de moda, aun y cuando el volumen de la música imposibilite la capacidad de diálogo.

Sin lugar a dudas, las fiestas de quince años con chambelanes, pastel de tres pisos y escalinatas de cartón, valses —adicionadas con bailes modernos que van desde el rock’n’roll pasando por el chachachá y rematando con raeggeton—, forman parte de la cultura mexicana. La fiesta tiene su origen, se rumora, en las tradiciones aztecas. Las muchachas que estaban en edad de tener más responsabilidades en el hogar eran presentadas en el barrio. Desde ese momento se preparaban para el martirologio del matrimonio. La costumbre no terminó con la conquista española, y con Carlota y Maximiliano, ya en el siglo XIX, se incorporó la figura del primer baile, costumbre de las cortes europeas que consistía en una presentación ante la sociedad de una linda jovencita que por primera vez “movía el bote”.

Si bien los usos prácticamente no han cambiado, en algunas ocasiones se puede atestiguar que, además de reafirmar que la niña se ha convertido en mujer, se lleva a cabo el acto de la “coronación”. Este consiste en que mientras la festejada baila, un grupo de “notables” (mujeres con alguna gracia o alta calificación moral dentro de la familia) le colocan una corona de plástico y un cetro, aunque no le indican a quienes habrá de llamar plebeyos.

Las palabras del padre de familia son un compendio de lugares comunes donde todos los recuerdos, por más penosos que sean, se exhiben sin decoro. Con la multitud en silencio, el padre se referirá a ella con voz grave y a la vez emocionada. Es altamente probable que derrame algunas lágrimas o deba interrumpir su discurso, generalmente improvisado. En ocasiones, las más de las veces, el padre se queda callado por razones etílicas siendo altamente probable que llegue utilice palabras altisonantes que enturbien la ceremonia y hagan las delicias de la concurrencia. A lo largo de su intervención, el padre le pedirá a la niña-mujer que siga siendo buena como hasta ahora, que no deje la escuela, que es “lo único que le van a dejar en la vida” y acto seguido agradecerá a la concurrencia por haberlos acompañado. No sospecha, o finge no hacerlo, que su hija ya ha sido objeto de un análisis profundo en materia de moda, modales y postura. Al ser el objeto de todas las miradas, a la quinceañera se le criticará que el vestido se vea demasiado artificial o que luzca demasiado apretado, además de que puede ser el blanco perfecto de chismes y burlas al sobrevenir algún error en la maroma reaggetonera, o al momento que sus chambelanes deben cargarla con esfuerzo (aunque esté de moda ser obeso no deja de ser de mal gusto).

Un brindis sella la ceremonia de presentación; todos levantan sus copas y desean larga vida a la quinceañera, apuran su trago y se disponen a cenar, pues nadie, a las once de la noche, después de haber oído misa y escuchar los ripios de un padre emocionado, perdona una deliciosa cena.

Tras los momentos de seriedad viene el festejo en serio. La fiesta debe ser amenizada de preferencia con un conjunto en vivo, que de cuando en cuando lanzará dianas a la festejada y organizará brindis al por mayor. Si no se cuentan con los recursos necesarios, un diyei puede hacerse cargo de la música, siempre que sepa organizar su acervo musical y no se “clave” en la música disco o en el pasito duranguense: la gente agradece la variedad, pero no aguanta salsas de media hora de duración. Debe evitarse la contratación de un músico que resume a una banda de doce integrantes en un teclado Yamaha: las trompetas de una cumbia o las tarolas de la música norteña saben a comida sin chile: es como comer en blanco y negro.

El menú de la cena desata discusiones. Los partidarios de las cremas, el spaghetti y las carnes en adobo atacan los experimentos de la alta cocina o las ganas de servir algo distinto, aunque rara vez, tirios y troyanos dejan los platos vacíos. Una mala cena puede disculparse, no así la carencia de bebidas alcohólicas. Si las botellas se reparten sin ton ni son, y sin distinguir razas o credos, la fiesta tiene garantizado el éxito; cuando el mesero se disculpa porque ya se acabaron las botellas de El Jimador, la tacañería o “pichicatez” de los anfitriones sale a relucir: la fiesta no tuvo ambiente.

Hay quienes consideran que las fiestas de quince años son una muestra fehaciente del mal gusto mexicano, como la música de Rigo Tovar, pero son pocos los que se niegan a asistir a una celebración de este tipo, de la misma forma en que cada vez que suenan las notas del Sirenito, el público se levanta presto de sus asientos, con el pretexto de “bajar” la cena.

Tras varias horas de baile y alcohol, la quinceañera, a pesar de su amplio vestido, desaparece por unos momentos. Su ausencia se explica porque si su padre ha dicho que ya es una mujer, no falta el vivo que decide pasar de la teoría a la práctica: busquen a la quinceañera en la zona más oscura o alejada del salón: está besándose apasionadamente con un chambelán o con alguno de sus compañeros de la escuela.

5 comentarios:

Toriz dijo...

¡Qué grande eres Jorgito! ¡Verdaderamente inmaculado!
Salud a la distancia y puro amor...
(He gozado esta mañana calurosa a carcajadas con tu obsequio)

Toriz dijo...

¡Qué grande eres Jorgito! ¡Verdaderamente inmaculado!
Salud a la distancia y puro amor...
(He gozado esta mañana calurosa a carcajadas con tu obsequio)

Unknown dijo...

Tengo un solo comentario que hacer: jajajajajajaja, está genial, solo que te faltó mencionar que el padrino también se apodera del micrófono, ya sea para hablar o para cantar una canción a la festejada

brenda ríos dijo...

jajja... un texto crudo y feroz...

sofía.ultramarina dijo...

estoy haciendo un trabajo de antropología sobre la quinceañera

cito tu texto,

sigue escribiendo!