martes, enero 08, 2008

Detrás de tu rostro ruindad.

Cuando supo que podría montar a caballo y recorrer una extensa franja de playa casi virgen, Augusta Caramelo no dudó en sacar la tarjeta de crédito, pagar por adelantado varios días de estancia y ordenar un bloody mary, el primero de la mañana. Si bien durante su niñez ni siquiera montó un pony, cuando tuvo edad de decidir su destino y dio rienda suelta a sus talentos y oficios, pudo darse el lujo de pagar clases de equitación, aunque jamás tuvo corcel propio.
Tras acomodarse en la habitación y beberse el segundo bloody mary, Augusta fue a las cuadras para seleccionar el mejor ejemplar, pues ella estaba acostumbrada a lo mejor. Un atento palafrenero la acompañó de cerca, incomodando a Augusta porque no dejaba de mirarle las piernas y las nalgas. Los caballos no le parecieron tan hermosos ni espectaculares, como afirmaba el folleto que le habían dado en la recepción. Se fue a la alberca, donde pasó la mayor parte de la tarde, después comió alimentos bajos en grasas acompañados por un bloody mary doble y cuando el sol iniciaba su descenso en el horizonte, regresó a las cuadras y eligió un alazán. El palafrenero fisgón le dijo, antes de enfilar hacia la playa: “No se acerque al jinete que se aparece por ahí”. Augusta lo ignoró y, con destreza, llevó al caballo hacia la playa desierta, a paso lento, justo en el límite a donde llegaban las olas.

Se animó a cabalgar más a prisa, a pesar de que algunas gotas le salpicaban las piernas. La suave brisa alborotaba sus cabellos y ella se soñaba como la última amazona del mundo. El sol se iba ocultando, la marea crecía y algunas nubes negras se acercaban. Augusta recordó que en la televisión habían dicho que llovería ligeramente con posibilidad de tormenta. Augusta se vio a sí entrando al lobby del hotel completamente empapada y la idea le pareció repugnante. Antes de detener al alazán y volver a las cuadras del hotel, a lo lejos divisó a otro jinete que se le acercaba a toda velocidad. Debido a la distancia que los separaba, Augusta no alcanzaba a distinguir sus facciones, pero por la larga cabellera que se agitaba con el viento, supo que era una mujer. “Domina muy bien al caballo”, pensó y la sola idea de verse opacada la enfureció. Había pensado en irse a saborear otro bloody mary doble pero el deseo de demostrarle a esa advenediza quién era quién, era mayor que cualquier antojo. Augusta clavó los talones en las costillas al alazán, inclinó su cuerpo hacia las crines, y sin perder de vista al jinete que ya se aproximaba cada vez más, actuando el papel de una heroína medieval en pleno torneo, enfiló al caballo hacia el otro, hasta que los metros se convirtieron en centímetros y luego en milímetros y el choque terrible de dos animales desbocados no llegó jamás porque Augusta y su montura fueron a estrellarse contra una superficie plana, que al partirse en miles de pedazos, dejó al descubierto el engaño de la playa virgen: se trataba de un espejo muy largo, tanto que Augusta alcanzó a ver como aparecía la mitad verdadera del sol, que ya estaba por enfriarse bajo el mar. Sin espejo de por medio, apareció una playa desolada y sucia, llena de huesos y basura. Algunos pescadores corrían hacia a Augusta, para ver si estaba bien, si necesitaba auxilio. Antes de exponerse al contacto con esas personas sudorosas y malolientes, Augusta se subió al alazán que sangraba profusamente del hocico. Regresó lo más rápido que pudo al hotel. Ya había anochecido y una ligera llovizna comenzó a caer. El palafrenero ya no estaba y Agusta metió al caballo a la cuadra. Subió a su habitación, tomó sus cosas, canceló la reservación y se marchó del hotel.

Hacia las diez de la noche se registró en un hotal más barato que el otro, aunque no por eso menos lujoso y complaciente con los huéspedes, al grado de que entre dos cargadores sacaron del cuarto de Augusta la cómoda con espejo, mientras una recamarera colgaba una frazada en la luna del baño.

Además, mientras degustaba a toda prisa un bloody mary cargado en exceso, se deshizo de su espejo de bolsillo: podía soportar panoramas horrendos y desolados pero no quería descubrir detrás de un cristal fragmentado, el recuerdo de su vida pasada, tan terrible como inolvidable.

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