lunes, septiembre 18, 2006

PIRATERIA ES AZAR.

Comprar piratería es someterse a las fuerzas siniestras del destino y a la correcta posición del rayo láser de un quemador. Piratería es azar, un acto de fe fundamentado en el volumen de compra, porque entre más artículos se adquieran a la vez, las posibilidades de fracaso frente a la computadora o el estéreo disminuyen, y se evita la molestia de regresar en busca del mercader quien, de buen agrado más una comisión extra, cambiará el producto defectuoso por otro que se supone servirá.

El éxito comercial de la piratería se basa en tres axiomas, uno de índole económico, otro cultural y moral: la búsqueda a ultranza del precio más bajo, la aceptación inconciente de todo aquello que está mal hecho, y la convicción de que reproducir ilegalmente propiedad intelectual no molesta a nadie, siempre y cuando ningún familiar trabaje para la empresa afectada: el cielo un pirata en cada hijo te dio.

Una de sus fortalezas se basa en su inexorable apego a la mala calidad, que bajo el escudo del precio irrisorio encuentra un efectivo argumento: ¿Qué puede esperarse por quince pesos?
En la ciudad de México, a lo largo del Eje Central, en las inmediaciones de la Plaza de la Computación o afuera de cualquier estación del metro equipada con puestos de comida o un sitio de combis y microbuses de mediana reputación, la piratería aplica con efectividad la regla de oro del diseño de “malls”: sus “agremiados” se extienden en amplias circulaciones cuyos extremos o puntas están ocupados por lugares muy concurridos y que hacen la función de anclas (p.e. estaciones del metro, paraderos o, irónicamente, centros comerciales).

Su mesa se sirve para todos, y es capaz de satisfacer los gustos y las exigencias más complejas: estrenos cinematográficos que saldrán la próxima semana (en formato dvd, vcd o “clones”), películas pornográficas de inclinaciones y profundidades variables, discos en formato normal o mp3 (que incluyen hasta doscientas canciones), videojuegos, libros (únicamente best- sellers), tenis, relojes, ropa, etc.

Como ocurre con la imaginación, la piratería no conoce límites.

En el mundo globalizado, los piratas han reconocido el impacto de las marcas. La piratería no es producida por sujetos anónimos que al amparo de una computadora con quemador atestan las calles con mercancía ilegal. Decenas de miles de discos piratas ostentan un nombre y hasta un logotipo. El sello discográfico “Superman style”, por ejemplo, en su “intromix” (se le llama así a la primera pista que resume el contenido del disco y que permite, a la manera de un prólogo o una introducción, saber de qué va el producto) reproduce el popular tema musical del hombre de acero quien, habrá que recordarlo, contaba con una versión “bizarra” (de la palabra inglesa bizarre: raro extravagante, excéntrico, grotesco), una copia pirata producto de un experimento fallido que daría vida al doble chafa del oriundo de Krypton. Dog Music, a su vez, presenta discos compactos serigrafiados, en cuya circunferencia reza la siguiente leyenda: “Este fonograma es un producto intelectual protegido a favor de su producto (sic), (P) y (C) 2000 Dog Music Company. La titularidad de los derechos de este fonagrama (sic) se encuentran reconocidos, inscritos en el registro público de autor”.

Las copias ilegales de software no son la excepción. Pirata Softwers (sic), al iniciarse la reproducción automática de cualquiera de sus programas, muestra una calavera con paliacate, arracada y diente de oro, enmarcada por dos espadas, sobre el fondo de un mapa antiguo, al tiempo que una música in crescendo, nos transporta a alta mar para imaginar las andanzas y cañonazos de Barbanegra o sir Francis Drake.

Si bien ya no es necesario una flota para saquear convoyes en alta mar, hoy en día es indispensable poseer un equipo de quemadores (no deja de llamar la atención que las entradas por medio de las cuales se conectan entre sí, se denominan “puertos”) para socavar las finanzas de las poderosas trasnacionales. A pesar de las diferencias entre la imagen del pirata clásico (tricornio emplumado, pata de palo, parche en el ojo, perico sobre el hombro y espada al cinto) y la del moderno (amplios pantalones de mezclilla al estilo “cholo”, gorra Nike, lentes oscuros, walkie-talkie en la mano), varios factores los unen y hermanan: los primeros aprovechaban las rutas marítimas más concurridas para cometer sus atracos mediante la técnica del abordaje; los segundos abordan al público con su mercancía mediante la saturación de las aceras, permitiendo el libre tránsito en un espacio lo suficientemente amplio para que la gente se traslade por la calle en fila india. Lo anterior permite que cuando la gente busca un poco de aire dentro de ese laberinto de lonas y plásticos multicolores, o cuando otro fila se aproxima de frente, se busque cobijo en el puesto más cercano, y se contemple el surtido catálogo donde, por esas cuestiones inexplicables del azar, puede que se encuentre el disco con la canción más reciente de los Cumbia Kings (apenas escuchada por la mañana antes de salir a trabajar), o la película donde aparece Beyoncé y que llegará a la pantalla grande dentro de quince días hábiles. No importa cuán estrecha sea una acera, siempre será capaz de contener un puesto de discos piratas.

Los piratas originales llenaban las cubiertas de sus barcos con marineros desempleados o mal pagados; los segundos encuentran en el comercio informal una salida frente el desempleo y la cultura del salario mínimo. Piratería es esperanza: no importan las crisis venideras e inesperadas: siempre quedará la informalidad para vencer a la desgracia.

¿Existe remedio contra la piratería? Quizá no, porque la piratería es la venganza contra un sistema económico sin imaginación que sólo ofrece, una vez al año, un peso de aumento al salario bajo la dogmática creencia de que así se protegen los consumidores, el empleo y la patria de la voracidad de la inflación, el nuevo jinete del Apocalipsis de la economía mexicana.

Con el afán de que nadie se entristezca o enoje por la piratería nacional o se busquen culpables en el lejano pasado prehispánico —el dedo acusador señala amenazante al tianguis de Tlatelolco como germen de tan nefando crimen—, cabe mencionar que en Suecia, país más allá de primer mundo, existe un partido político Pirata —muy cerca de conseguir su registro y, con suerte, unos cuantos escaños en el congreso—, surgido de un popular sitio de internet dedicado al “intercambio” de todo tipo de materiales protegidos.

La legislación electoral vigente en México establece que con quinientas mil firmas puede crearse un partido político. Las prerrogativas que se destinan a fortalecer la democracia son cuantiosas. Si existen partidos verdes, azules, tricolores, amarillos, o conformados por maestros y otros que aglutinan campesinos y mujeres “progresistas”, el partido de la calavera y las espadas bien merece un sitio en la mesa de sesiones del IFE, y espacio en las boletas. Los piratas están en las calles. Sólo hay que ir a preguntarles y pedirles que firmen su afiliación. Ya los vikingos lo hicieron. Los piratas nacionales no son machos pero son muchos y así como encomiendan su trabajo al azar, en una de esas vueltas del destino, más una buena dosis de surrealismo a la mexicana, los nuevos representantes populares dejaran de ser simples y vulgares piratas para convertirse en corsarios, llevando de la mano su patente que les permita trabajar sin ser molestados.

1 comentario:

Bernardo Ruiz dijo...

Por aquí de mirón. Con interés de saber que dices o qué haces...

Larga vida al autor y a su blog.
Fraternalmente