lunes, septiembre 18, 2006


Proyecto CANADA: ¿arqueología industrial?

Un monitor muestra las lentas y tediosas maniobras que desaparecieron el último gran anuncio de la extinta zapatería CANADA, al menos en la ciudad de México. Mientras los 400 kilogramos de peso que conforman cada una de las seis letras se elevan con la lentitud que demanda la cautela, vienen a mi mente imágenes similares: el traslado de la estatua de Cuauhtémoc a su lugar original, o las maniobras que fijan las pesadas “ballenas” del segundo piso del Periférico.
Las enormes letras de CANADA —cada una mide 4.50x4.80 metros— encontrarán reposo en la azotea del Museo de Arte Carrillo Gil (MACG), hasta el día 25 de junio del presente año.

Con el pretexto de realizar un ejercicio de arqueología industrial mezclado con unas cucharaditas de semiótica, el artista argentino Ramiro Chaves borró para siempre de la cara norte del edificio Insurgentes, la emblemática frase “México Calza CANADA”, que durante poco más de cuarenta años constituyó un verdadero hito urbano, punto relevante en el árido y monótono paisaje de la ciudad.

El otro anuncio, también desaparecido tras el cierre definitivo de la zapatería, estuvo adherido a la fachada ciega del edificio Ermita (Juan Segura, 1930), ubicado en el vértice de las avenidas Revolución y Jalisco.

Ahora, para todas aquellas personas que alguna vez quedaron de verse frente o debajo de este otro “edifico de la CANADA”, podrán admirar en vivo y a todo color las gigantescas letras del anuncio, las mismas que iluminadas por las noches, funcionaron como un faro de luces inquietas en medio de lóbregas fachadas.

Sin embargo, luego de admirar las colosales dimensiones del anuncio queda una sensación de que ahora, esas letras, han perdido toda validez para el espectador. Primero, porque al quedar fuera de su contexto original, una persona ajena a nuestra cultura o que por su edad ignore que existió una zapatería CANADA, no encontrará ningún valor o significado en esas seis letras sostenidas por una escuálida estructura metálica sobre la azotea del MACG.

Al desaparecer la relación anuncio-edificio, se pierde a su vez, la idea de sostén y sostenido. Bajadas de su pedestal, bajo la luz del sol a la una de la tarde, las letras de CANADA son vestigios carcomidos por el tiempo —soportaron estoicamente, colgadas a decenas de metros del suelo, sol, lluvia, viento, y contaminación—, ataúdes de lámina galvanizada, que remiten más al triste destino de la industria nacional del calzado que a una instalación o exposición artística. Como ocurre cuando conocemos en persona a una diva del cine, y le encontramos defectos en el rostro, las gigantes letras de CANADA, sin el escudo invisible que proporciona la altura, ni sus fugaces capas de luz, carecen de escala, ligereza y contenido. El resultado sería el mismo si, por ejemplo, tomáramos al Ángel de la Independencia y lo desmembráramos para exhibirlo más tarde al pie de su columna: no veríamos al símbolo, sino sus fragmentos y cualquier vivencia o recuerdo quedaría desgarrado y sin sentido al observar una Victoria Alada destripada y sobre el suelo, pero como dice Rosa María Rodríguez Magda en La sonrisa de Saturno: “el arte en la sociedad postmoderna es necesariamente kitsch porque se instala en la recreación —“no hay nada nuevo que decir”—.”[1]

Sin argumentos sólidos, ni un marco teórico convincente, Chaves pretende convencer al espectador de que al transportar seis letras de un anuncio incompleto (¿Dónde quedó la frase “México Calza”? ¿Por qué no fue incluida en la instalación cuando se pretende demostrar que “el edificio desaparece pero la huella persiste”?), puestas de manera por demás arbitraria, algún resorte interno le hará revivir recuerdos o glorias pasadas, sin estar consciente de que en este caso, una letra por sí sola no expresa nada. ¿No hubiera sido más válido reparar el viejo anuncio y encenderlo de nueva cuenta durante algunos días?

Por otro lado, el Proyecto CANADA no es un ejercicio de arqueología industrial, como quiere presentarse. Esta rama de la arqueología estudia los sitios, técnicas y la maquinaria empleada por la industria. De esta manera, si se hubiera tratado de una vieja máquina zurcidora de calzado, sería correcto el término, pero no aplica para el anuncio de una marca. En todo caso, Ramiro Chaves estaría inaugurando una especie de arqueología de las marcas, cuya exposición sería más ilustrativa para los visitantes del museo, en vez de la inmovilidad de unas letras con foquitos destripados que recuerdan más a una vetusta feria con carrusel, autos chocones y rueda de la fortuna.

La azotea del MACG, que literalmente soporta a cuestas el Proyecto CANADA, estará convertida en una de tantas azoteas capitalinas atiborradas de fierros viejos, varillas oxidadas, tabiques y calentadores de leña, por lo menos hasta la clausura de esta desafortunada instalación. Por más interesantes y audaces que sean las aspiraciones del Proyecto CANADA, no dejará de ser un exceso y un gasto inútil de esfuerzos y voluntades, que exhibe la tendencia de que cualquier arrebato puede considerarse artístico aunque sea en nombre la semiótica o de la arqueología industrial. No hay nada nuevo que decir.

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