martes, septiembre 08, 2009

La Fuga.

En nuestras más torcidas fantasías alguna vez hemos pensado en cómo sería la vida estando tras las rejas. Quizá por las películas o las novelas que hemos leído [Sueños de fuga (The Shawshank redemption), 1990 o El Conde de Montecristo, 1844], de pronto tenemos el ánimo de imaginarnos vestidos con el uniforme caqui de los penales mexicanos y suponer el suplicio que significaría levantarse todo los días y mirar a la misma gente, el mismo patio, los mismos muros; cuidarse la espalda en prevención de alguna venganza o posible violación tumultuaria, soportar los insultos de los más fuertes, pagar derecho de piso a los líderes de las crujías, aguantar el malhumor de los celadores —sobornos, pagos por protección, etc.—, la mala calidad de la comida, la colchoneta, si existe, húmeda y sucia; del retrete y la regadera compartida, de la posibilidad de morir durante un violento motín, recibir visitas en ciertas horas, ciertos días, imaginar lo que estaríamos haciendo afuera, en el parque, en la plaza o en el jardín; salir a comprar algo a la tienda, irse de fiesta, ponerse borracho, conocer una chica, llevarla a cenar, hacerle el amor. La más grave sanción contra un ser humano consiste en limitar su desplazamiento, vigilar sus pasos todos los días y obligarlo a hacer lo que la autoridad moral quiere que haga.
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Hace unos días, en este mismo blog, hablé acerca de la suerte de Alejandro Ordaz Moreno, estudiante mexicano que realizaba el doctorado en la Universidad de Sevilla, y que tras vivir en carne propia los efectos de la “marcha” española, se defendió de dos sujetos que lo atacaron en la calle y que resultaron ser policías encubierto que andaban tras las huellas de un delincuente. Condenado a ocho años de cárcel, Alejandro Ordaz Moreno continuaba en libertad provisional por lo que debía ir a firmar cada quince días al juzgado en Sevilla. Hace un mes dejó de hacerlo y se desconoce su paradero. Hoy la Interpol ha liberado una orden de captura internacional. Si es aprehendido nuevamente, Alejandro deberá purgar la condena de 8 años. Su abogado se dice decepcionado de su conducta, que sólo complica aún más las cosas. En el Consulado de México en España comentan lo mismo. Algunas personas en México han comentado que el muchacho está pagando por ser un desordenado que pretendió hacer en España, una sociedad avanzada, libre y democrática, las mismas cosas que hacía en México, un país atrasado y deforme. Quienes lo juzgan dejan de lado un factor determinante: la condena de la justicia no necesariamente es justa o moralmente aceptable. ¿Soportarían sus críticos pasar aunque fuera un sólo día recluidos en un separo inmundo, conviviendo con violadores y asesinos? ¿Podríamos tener un esbozo más o menos claro de lo que significa pasar ocho años en una prisión, ya sea de un país del primer mundo o de uno como el nuestro? Las razones de Alejandro, nos parezcan correctas o no, son el impulso irrefrenable de un ser humano que no puede concebir la idea de estar encerrado, sobre todo cuando se es inocente. Es probable, dada nuestra naturaleza a la producción de documentos apócrifos, que Alejandro Ordaz Moreno haya vuelto a Salamanca, Guanajuato, por medio de un pasaporte falso.
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Del mismo modo en que Edmond Dantès vuelve a Marsella para casarse con la bella Mercedes, Alejandro estaba a punto de casarse con su novia. Con la suerte en el aire, habrá que esperar el final de esta historia de injusticia y desazón, que alguna vez, no lo olvidemos, cuando el Conacyt le concedió la beca, debió de arrancarle a Alejandro Moreno Ordaz una sonrisa de satisfacción en el rostro y una que otra lágrima a sus padres.
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Imagen tomada de: http://www.eluniversal.com.mx/notas/624917.html

1 comentario:

Anónimo dijo...

seguramente, el ansia de libertad y de justicia supera todos los miedos y el que no luche por su libertad en la forma que fuere no la merece.