miércoles, septiembre 02, 2009

El Grito.

No, no me refiero a la obra de Edward Munch (1863-1944), sino a algo más baladí. La tradición del Grito de Independencia, creada sin querer por el famoso cura Hidalgo, quien murió excomulgado, según afirman los nuevos libros de la SEP y la iglesia católica lo niega, fue iniciada por Ignacio López Rayón un 16 de septiembre de 1812, cuando en Huichapan, población del estado de Hidalgo, el insurgente conmemoró el inicio de la guerra con un “grito” más una descarga de artillería. Años después, el habilidoso Porfirio Díaz empató la celebración del inicio de la independencia con su fiesta de cumpleaños, el día 15, que desde entonces se celebra en Palacio Nacional a las 11 de la noche, siendo tradición que el presidente en turno salga la balcón central —la multitud le mienta la madre—, toque la campana de Dolores—la multitud le mienta la madre—, agite la bandera—la multitud le mienta la madre—, y se retira a sus aposentos a cenar con la runfla de lambiscones que lo secundan durante seis años—la multitud le mienta la madre—.
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El acto de gritar revela un alto grado de neurosis, inconformidad, hartazgo, impotencia. El Grito de Independencia es ridículo y arcaico. Su repetición anual se ha vuelto parte de la liturgia indispensable de las normas y tradiciones del caduco sistema político mexicano, no exento de la pátina del mal gusto. Al abigarrado fondo de la plaza de la constitución —retratos de los “héroes” que se iluminan con foquitos de colores, puestos de fritangas, bebidas, banderas, sujetos vendiendo “toques” eléctricos o serigrafía tricolor de a peso—, la visión de un sujeto que grita “Viva México” y que recita hasta la afonía los nombres de los héroes que nos dieran patria (un amplio conjunto de perdedores), resulta, por decir lo menos, ofensiva, indigna.
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Incluso para organizar una fiesta México crea comisiones. Y esas comisiones fallan, se pelean, se disuelven. Debido a que los gobiernos federal y de la ciudad de México no se hablan, cada quien jala por su lado. La última gran idea del gobierno del D.F. se denomina “Las Corregidoras”, grupo heterogéneo conformado por Susana Zavaleta, femme fatale de fingida y sobreactuada actitud; Amandititita, hija del extinto Rockdrigo González; Natalia Lafourcade, famosa por su breves y accidentadas actuaciones en festivales de rock como el Vive Latino; Regina Orozco, la Mega-bizcocho; Ely Guerra, eterna promesa del rock nacional; Cecilia Toussaint, ni fu ni fa, y Aurora y la Academia, sin comentarios. Estas mujeres actuarán a bordo de algunos autobuses de la Red de Transporte Público (RTP), y deleitarán a los pasajeros con sus grandes éxitos. ¿Cuánto cuesta adaptar los autobuses y dotarlos con pantallas de plasma para que las viandantes observen el “espectáculo” de “Las Corregidoras”? Lo cierto es que varias de estas féminas cerrarán con broche de oro sus actuaciones cantando en la Sala Nezahualcóyotl del Centro Cultural Universitario, la noche del 15 de septiembre.
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No quiero ser purista pero varias de ellas saldrán rayadas, pues su mediocre trayectoria jamás les hubiera permitido ni siquiera cantar como teloneras en el teatro Blanquita.
Debido a que en realidad no hay nada qué festejar, el nivel de los festejos se revela insignificante, muy por debajo del mínimo requerido.
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Resulta conmovedor que, después de cantar arriba de un camión, tal y como lo hacen decenas de miles de desempleados o músicos frustrados, se alcancen escenarios como la sala Neza. Querer es poder, sin duda.
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Imagen tomada de:

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