Las fachas del artista.

Bob Dylan, el más celebrado compositor de lengua inglesa, gurú de decenas de artistas en todo el mundo y candidato al Premio Nobel de las Letras en varias ocasiones, fue arrestado en alguna calle de Long Branch, Nueva Jersey, por parecer teporocho. Caminaba, según dijo a los oficiales que lo subieron a la patrulla, en busca de una linda casa para comprarla. Como no traía identificación que lo acreditara como el compositor de Mr. Tambourine man, debieron trasladarse al hotel donde el vagabundo supuestamente alquilaba una habitación. Finalmente las cosas se aclararon y Bob continuó con sus actividades inmobiliarias.
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Hay alguna relación poco clara que guarda el talento artístico con el desaseo. La bohemia y sus variados ingredientes, si se sazonan con un poco de descuido personal, garantizan la fuerza creativa, imaginación y trascendencia del artista. En el lenguaje artístico, ese vasto mar donde para bien o para mal se elude o se acepta el canto de las sirenas, no existen las palabras higiene, jabón o desodorante.

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La dejadez que caracteriza al fodongo se disculpa cuando ocurre en nombre del arte. El llamado de las musas es tan poderoso que su hechizo trastorna la mente del poseído y puede convertirlo en un ser tan nauseabundo como un hombre en situación de calle, con la diferencia de que el artista está por encima de los convencionalismos sociales que todo lo encuadran o engloban en sus estrechas miras o visores. El pelo graso, legañas en los lagrimales, baba seca en las comisuras y halitosis perenne y penetrante, son faros bien diseminados que nos permiten vislumbrar y comprender más a fondo el inexpugnable mundo interno del artista, que a la manera de un asqueroso capullo nos recuerda que dentro de una andrajosa y lastimera cáscara se esconde la semilla germinal de la explosión artística.

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La ropa roída y percudida, más que una señal de auxilio social o estrechez económica, implica un compromiso ideológico del artista con el pueblo siempre oprimido y despreciado por las élites. El uso del detergente, producto capitalista por antonomasia, no sólo limpia la suciedad de la ropa. En su alta capacidad blanqueadora, es incluso capaz de arrastrar con sus anillos limpiadores la conciencia social y los compromisos del artista con los grupos a los que se adhiere por “simpatía”. La encrucijada que supone parecerse al pueblo o distinguirse de él mediante el uso de saco y corbata de marca, fina loción y calzado deportivo, se libra con los jeans deslavados por el uso, las botas mineras con huellas de desgaste callejero, y la inseparable playera que ha ido ensanchándose hasta parecer telaraña.

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En contraparte, los artistas impolutos que cubren sus cuerpos con prendas de diseñador y huelen a rosas, son, por lo general, poco originales, y su mayor cualidad es la de cultivar relaciones benéficas, sobre todo entre rastacueros fáciles de deslumbrar y ávidos por experimentar el arte en carne propia. El mundo del arte se divide entre quienes embebidos por el éxito de sus obras encuentran en las vitrinas de los centros comerciales más exclusivos la mejor manera de manifestar su interior e invierten buenas sumas en ello, y aquellos que negado el éxito por la crítica que los define como parias, encuentran refugio en el descuido personal a manera de protesta ante el estado de las cosas.

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El arresto de gran Robert Zimmerman conmueve: el luchador que en los sesenta armado de guitarra y armónica protagonizó las protestas por el reconocimiento de los derechos civiles, es detenido por parecer un vagabundo que, sin haber gritado consigna política alguna que desafiara al sistema, no pedía limosna o pan, solamente buscaba una casa donde pasar el verano.

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Imagen tomada de: http://www.eluniversal.com.mx/notas/619701.html