martes, agosto 04, 2009

De regreso a "Vacaciones de Terror".


A manera de continuación al texto Vacaciones de terror, quisiera comentar lo siguiente:

He leído el cuento “La señorita Julia”, de Amparo Dávila, tal y como me lo recetó Brenda Ríos, quien no sé si desea que me vuelva loco o únicamente pretende despejarme la cabeza y mostrarme nuevos horizontes literarios.
Ayer por la noche subí con Aylén a la azotea del Ermita, provisto con una trampa para ratones marca Raid, que Aylén compró en Soriana, que consiste en dos placas con pegamento que deben separarse y colocarse en el piso con el pegamento hacia arriba, de tal suerte que la rata, al momento de caminar o degustar un queso manchego a manera de cebo, se quede pegada. Las instrucciones de la trampa son bastante descriptivas, sobre todo la última donde, una vez que el ratón ha pisado el anzuelo, hay que recogerlo, pegarle la otra tapa encima y tirarlo a la basura. Hace algunos meses, donde trabajo, un pequeño ratón cayó en una trampa similar, y debo decir que la imagen es despiadada: el ratoncito gemía, seguramente de hambre, y nadie se animaba darle un palazo para quitarlo de sufrir.

Además de la trampa, Aylén compró medio kilo de queso manchego, que partió en pequeños prismas y los fue arrojando a manera de caminito inspirado en Hansel y Gretel. Animada por el deseo irrefrenable de verse liberada de tanto ruido molesto se fue a dormir. En prevención de otra noche en vela, pasamos la noche en el departamento 501 que funciona como bodega provisional de mis pertenencias. Confieso que estaba durmiendo espléndidamente cuando a eso de la una de la mañana un mensaje llegó al celular de Aylén con la urgencia de las malas noticias y el alarido de un grupo de escolapios mal educados. Ignoro el contenido del mismo pero me robó de nueva cuenta el sueño, que pude reencontrar hasta las tres de la mañana. Recordé a la señorita Julia, pero en ese momento no tenía un abrigo de pieles para ahorcar, únicamente a Aylén, a quien obviamente no lesioné.

A la mañana siguiente, de malas y con la obligación de irme a trabajar, me fui sin saber el destino de la trampa y de los trozos del queso. Hace unos minutos supe la respuesta: el queso, intacto; la trampa, libre. Si no son ratones, ¿qué ocurre en la amplia azotea del Ermita? Es un enigma. El siguiente paso, si Brenda no me envía un texto que responda a cabalidad estas dudas, será traer un cura a que esparza agua bendita por todo el departamento. Mi ateísmo me hace dudar de esta solución, que habrá de costarnos unos cuantos pesos, pues dudo que el hombre, por muy santo que sea, no nos solicite una limosnita por el amor de Dios.

Sólo me queda esperar a que ya pronto, esta semana, la duela de mi departamento quede reparada. Al menos en el quinto piso, sólo debo soportar las pisadas del vecino de arriba, que es Aylén, y escuchar los ruidos de la calle a los que estoy habituado, tras 32 años de vivir curiosamente, junto a las misma avenida.

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