sábado, junio 27, 2009

Policías

Además de peligroso y mal pagado, el oficio de policía no es bien visto por la sociedad. La estirpe de los uniformados también posee una categoría taxonómica en la que se agrupan, entre otros, bomberos, carteros, paramédicos, meseros (de restoranes finos), sirvientas (de casas ricas), y barrenderos. Los policías ocupan el último sitio de la clasificación general, al nivel de los animales necrófagos o carroñeros, sobre todo por su tendencia a completar la quincena con mordidas.

----------El cartero celebra su día recibiendo dinero de los vecinos a quienes sirve; el barrendero tiene la posibilidad de amueblar su casa cuando propietario o inquilino cambia el mobiliario; los bomberos, que se imponen con sobrada ventaja en las encuestas que califican el desempeño de los servidores públicos, cierran el desfile del 20 de noviembre. El policía, en cambio, celebra su día (19 de diciembre) en compañía de los suyos, los de su especie, en manada; le reconocen y premian sus iguales, nunca los ciudadanos a los que protege.

----------Cuando acude al auxilio de una llamada, se teme su actuación, pues puede estar coludido con los asaltantes o ser el mismísimo líder de la banda. En ocasiones, los policías sucumben al deseo de conservar evidencia criminal para sí mismos: hace unos días, tras el robo de una joyería en la ciudad de México, una cámara de seguridad grabó a un policía que, con linterna en mano, mientras verificaba que los ladrones no continuaran dentro del local, se guarda un anillo. Hoy el policía incauto descansa en la cárcel.

----------Los sonidos que caracterizan cada oficio, revelan el grado de respeto que se les tiene de acuerdo a las reacciones que provocan. La sirena del camión de bomberos no indigna. Ningún ciudadano duda de la veracidad del fuego al que se dirige el honorable cuerpo; algunos se santiguan al paso del camión cisterna: toda la gente desea que la escuadra vuelva completa y entera al cuartel. La campana de la basura puede ser molesta por su repiqueteo incansable y continuo, pero es preferible escucharla a las siete de la mañana que soportar el hedor de la basura descompuesta. El cartero acompaña sus repartos con un silbato, sonido al que se le asocia con la llegada de buenas noticias. Emparentado con los ángeles que conducen la buena nueva, al cartero jamás se le reclama el contenido adverso de una misiva: es un mero instrumento de los hados.

----------Cuando la patrulla de policía hace sonar su sirena la ciudadanía monta en cólera: “Puro cuento”, dicen; “Pinches payasos”, vociferan; “Ahí van esos perros”, sentencian. En este rubro, sólo las sirenas de las ambulancias les hacen la competencia en descrédito. Además de su pistola, guantes y macana, el policía de tránsito utiliza un silbato. Su sonido hiere a los automovilistas. Las florituras que cada oficial realiza para animar el tránsito y a sí mismo, por más compleja que sea su estructura armónica, a ojos de los miles de conductores no serán otra cosas que las invenciones de un paria de la sociedad, cercano al payaso de crucero o al tragafuegos.
El policía ha hecho de la mentada de madre la voz de su conciencia. A donde quiera que camine, la ofensa lo sigue, lo acecha. Cualquier acción que lleve a cabo, aunque beneficie a las mayorías, le valdrá la mentada de madre de las minorías que han visto la transición de las luces del semáforo del verde al rojo cinco veces sin avanzar ni un centímetro.

----------El uniforme del policía ha mutado más veces que cualquier especia en la tierra. Los cambios tienen por objeto mejorar su aspecto e imagen ante la sociedad, pero los resultados son nefastos. En los años setenta y parte de los ochenta, durante el reinado de Arturo “El Negro” Durazo, el uniforme del policía era de color azul cielo, un tono limpio que contrastaba con el reino de corrupción e impunidad que cientos de comandantes habían organizado según los dictados de “el Negro”. Al caer en desgracia el más célebre de los jefes policiales, el uniforme se volvió azul marino, con lo que la ciudadanía identificaba a sus protectores como “pitufos”.

----------Ya para los noventa, a modo de revival u onda retro, el policía volvió a usar su terno en colores ocres, como en los años cuarenta-cincuenta: camisola color tabaco, pantalón beige y quepí combinado con los colores anteriores. De nueva cuanta fueron bautizados como “tamarindos”. Bajo el sol abrasador del verano, los policías sudaban la gota gorda; en época de lluvias, los pantalones beige adquirían un tono más oscuro, similar al que provocan las micciones involuntarias. La combinación, además, hacía verse más gordos a los oficiales con sobrepeso, otra característica y, al parecer, requisito de admisión para ser policía.

----------En la actualidad el uniforme combina la camisola azul marino y pantalones gris oxford, y se ha dotado al quepí de una banda cuadriculada en blanco y negro, como un tablero de ajedrez, que recuerda a los policías de Londres, así como de un chaleco en verde fosforescente “para que resalten”.

----------Policías, cuicos, gendarmes, azules, tecolotes, policletos. De la forma como se les llame, serán siempre objeto de burlas, groserías, golpes y balazos. Oficio de mestizos, ser policía marca la diferencia entre morirse de hambre en el campo, entre maizales arrasados, o morir durante un cateo o refriega. De cualquiera de las dos formas, por su escaso nivel cultural y su estrecho criterio, son blancos fáciles para la sorna, la desobediencia o la pólvora. Basados en el código genético nazi-mexicano, ¿quién habría de hacerle caso a un policía prieto, chaparro y gordo que dice “haiga” o “fuistes”?
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