
Ese año no había sido fácil para Roger Maris. Opacado por Mickey Mantle, el gran ídolo de los Bombarderos de Bronx, el joven jardinero derecho nacido en un pueblo de Minnesota, nunca supo cómo manejarse frente a la prensa, que lo tachaba de antipático y pueblerino. Su disciplinada actitud tanto en el terreno de juego como en su apartamento en Queens —en el cual estaba prohibida la entrada a las féminas—, lo alejaba de la imagen bohemia y desparpajada de Mantle, quien parrandeaba sin cesar, rodeado de mujeres, destrozando vehículos y habitaciones de hotel. Conforme la temporada fue avanzando y la prensa especulaba sobre la posibilidad de que alguno de los M&M boys (Maris y Mantle) rompiera el sagrado récord de Babe Ruth, las autoridades del beisbol, a imagen y semejanza de los curas que miran con recelo las investigaciones científicas que podrían poner en riesgo los dogmas de fe, afirmaron que si alguno de los dos jugadores rompía el récord, este podría no tener validez total, pues el número de juegos se había ampliado, lo que otorgaba ventajas a ambos jugadores. Por si fuera poco, la dura afición del Bronx consideraba a Maris como un advenedizo, un jugador más que no encarnaba el espíritu yanqui como Mickey Mantle. Fue tal la presión que Maris comenzó a sufrir de urticaria en todo el cuerpo y a perder el cabello. Se mostraba más agresivo con la prensa y el público desde el graderío lo insultaba sin parar. A pesar de todo, Maris día a día avanzaba hacia la meta. Todo eso debió de pensar parado en la caja de bateo, cuando el pitcher de los odiados Medias Rojas de Boston, Tracy Stallard, lanzó la segunda bola mala. Mickey Mantle sólo había logrado 54 cuadrangulares antes de enfermarse por una infección en una pierna debido a una inyección para curarle un resfriado. Con el camino libre Roger Maris, aunque nunca quiso aceptarlo, deseaba romper la marca.
Al tercer lanzamiento, Roger Maris, con el olfato que caracteriza los vuela-cercas, golpeó la pelota para depositarla en el jardín derecho del Yanqui Stadium, la casa que Babe Ruth construyó, a más de 314 pies del plato (95.7 metros). Cuando terminó de recorrer las bases se metió directo al dugout. El público veleidoso comenzó a aplaudir la hazaña. Exigía con sus palmas y gritos que el nuevo rey del cuadrangular saliera a recibir la ovación. Más que animarlo, los compañeros de Maris lo empujaron hacia el terreno, donde se quitó la gorra y agradeció al público eufórico que durante toda la temporada lo había visto como a un apestado. El nuevo récord de homeruns prevaleció durante treinta y siete años, hasta que en 1998 Marc McGwire, de los Cardenales de San Luis, conectó 70 cuadrangulares. En 2001, Barry Bonds estableció el nuevo récord, con un total de 73, aunque en ambos casos, sus marcas se han asociado al uso de sustancias prohibidas.
A pesar de todo, el récord de Roger Maris sigue vigente en la Liga Americana, sin el famoso asterisco que durante muchos años acompañó como una mancha en un doblón de oro, una de las más grandes hazañas deportivas.
Imagen tomada de: http://www.baseball-almanac.com/players/pics/roger_maris_autograph.jpg
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