miércoles, septiembre 05, 2007

2

Siempre quise escribir. No sé de donde me vino la idea. Supongo que fue imitación, porque me gustaba leer y quise ser como esos autores que me hicieron perder tanto tiempo. A cada rato compraba cuadernos. Se supone que eran para escribir.
Muchos terminaron en la basura, prácticamente intactos, con garabatos y tonterías, al cumplir ese ciclo indeterminado donde el valor de una cosa útil se deprecia a tal grado que deja de importarnos su desperdicio. Siempre comparaba uno nuevo con la firme intención de llenarlo con relatos y terminaba comprando otro al cabo de algún tiempo. Jamás supe con claridad qué era lo que quería hacer. Creo firmemente que en algún punto de mi vida se rompió el hilo conductor. En un momento dado la realidad se volvió otra. Las cosas ya no fueron como antes. El problema es que no me di cuenta y seguí caminado igual, respirando igual, pensando igual. Por más que me esfuerzo no puedo encontrar ese punto de ruptura. Tengo una vaga idea de ese instante, pero no logro ubicar el momento preciso. La enfermera me abre la boca. Ha llegado el momento de dormir.
Ya no compro cuadernos. Aquí sólo me dan hojas blancas, a veces rayadas.

Eso hubiera hecho desde el principio.